viernes, 6 de julio de 2018

Salvar la Magdalena

Por FERNANDO ABASCAL COBO

En primer lugar, quiero manifestarles que me adhiero plenamente a las movilizaciones y protestas que la Plataforma Salvar la Magdalena esta llevando a cabo en contra de la construción de dos espigones que suponen una desproporcionada agresión a la imagen y al paisaje de una de las señas de identidad más poderosas de nuestra bahía.
La construcción de estas abultadas escolleras debe ser inmediatamente paralizada y repensada,de forma que se altere lo menos posible tanto el ecosistema marino como un espacio que podríamos calificar de antropológico,es decir,un lugar de significación con un indudable valor simbólico y, por tanto cultural. 

La dudosa eficacía del proyecto;su desmesurada cuantía económica; la tendenciosa encuesta elaborada para orientar la opinión de los ciudadanos y el brutal impacto visual de los diques suponen todo ello un atentado a nuestro patrimonio natural e histórico, ademas de una grave mutilación al paisaje de la bahía y de una de las playas más emblemáticas de nuestra ciudad, que más que de todos parece solo de algunos.

Todo paisaje es una representación del mundo, algo que adquire unidad e independencía gracias a la atención que alguien le presta. La palabra paisaje surgio en el siglo XVI no como sinónimo de territorio o país (palabra de la que proviene), sino como concepto estético y pleno de connotaciones, es decir, un espacio o lugar que va adquiriendo unidad e individualidad gracias a la mirada de la persona que lo valora en si mismo y lo convierte en objeto de comtemplación.


Pues bien, amarradas a esta mirada reflexiva que supone la comtemplación de un lugar, surgen también las palabras que lo conforman, que lo nombran y lo levantan. Todo paisaje o lugar esta habitado por palabras y esas palabras en cierto modo ahorman nuestras señas de identidad, sostienen nuestro hueso más pensativo.


Somos hijos de un paisaje, descendemos de una geografía a la vez universal y personal, nuestra forma de ser esta claramente condicionada por nuestra forma de estar, de habitar, de vivir el espacio.Y la destrucción de los lugares, el hostigamiento al que estan continuamente sometidos por el hombre más que por la naturaleza, horadan sin duda nuestra educación, nos hacen perder pie en nuestra forma de ocupar el espacio, tanto en lo personal como en lo colectivo.


Por ello, es preciso que dialoguemos civilizadamente con la naturaleza, sin arrogancias ni fundamentalismos, desde la armonia, el respeto y la sensibilidad; desde un sentir racional: desde, permítame decirlo, la naturalidad de la natulaleza, tratando siempre de prestar atención a lo que podríamos denominar la pedagogía del paisaje, su desinteresada enseñanza.

Tratemos pues de convertir los lugares en espacios acogedores de nuestra mirada, que es a la vez una mirada física y simbólica, un mirar que deviene en palabras y que está,por ello teñida de memoría.Ya Ortega y Gasset hablaba del efecto terapéutico y sanador del paisaje cuando escribía: "Los paisajes me han creado la mitad de mi mejor alma".

Paren las máquinas quienes tengan que pararlas y hagan las cosas bien,porque cuesta menos que hacerlas mal. Aprendan a observar y a respetar los espacios; eduquen su mirada sobre estos lugares y percíbanlos en sus muchas dimensiones, desde las más personales a las colectivas y ecologicas, PIENSEN EL LUGAR



Concentración Plaza de Pombo Santander 2 de Junio de 2018

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